Llevamos todo el año inmersos en la filosofía, unos intentando sumergirse en lo más profundo de su ser para descubrir algo más, algo que los completase, como reflexiones profundas. Otros simplemente intentando pasar el mal trago de una asignatura que no habían calibrado del todo al inicio del curso.
Pero, ¿quién es el filósofo? Yo espero responder a eso de una manera un poco teórica, pero, como no, también de manera filosófica.
El filósofo. Esa mente privilegiada capaz de adentrarse en lugares que la mayoría vemos inalcanzables o con una puerta blindada a la entrada. Es también aquel que se sumerge en las preocupaciones e interrogantes de la humanidad para darles respuesta, quizá por necesidad de resolver esas inquietudes o tal vez por alcanzar la felicidad. Quizá por ambos.
El filósofo es aquel a quien no le importa pasar su vida reflexionando, dejándose llevar por los pensamientos, allá donde le lleve su mente, siempre guiada por el alma. Es el que nos hace comprender lo complicado con planteamientos más complicados todavía, y descubrir lo que creíamos comprendido, vislumbrar que no todo es tan simple como lo podemos llegar a ver en un principio.
Él, cauto antes de hacer una sentencia firme, se replantea hasta su propio error, su propia veracidad. No confía ni en sí mismo para que los demás confíen en ellos, en los demás y en su mundo que es de todos.
Busca que los demás formen poco a poco su mundo, que se crean incluso libres en un mundo lleno de ataduras y mordazas impuestas por la sociedad, les hace sentirse conectados a otros por los ideales que les mueven, les hace amar una realidad que no existe, les hace personas.
En definitiva, un filósofo es aquel que sabe cada vez menos de cada vez más, hasta el punto de que no sabe nada acerca del todo.
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